Cultivando una cultura de paz en Ecuador

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Fabián Vaca Haro, CEO de Enseña Ecuador
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Four young children in school uniforms sit around a desk, the closest to the foreground is a young boy who is looking up at a chart

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En 2023, mi país, Ecuador, se había convertido en una de las naciones más violentas de América, con una alarmante tasa de homicidios de 40 por cada 100,000 habitantes, superando por mucho el promedio global de seis por cada 100,000. La violencia escaló drásticamente en enero de 2024, cuando sujetos armados tomaron el control de una cadena de televisión nacional y transmitieron en vivo el secuestro de periodistas, marcando el inicio de un conflicto armado interno. En los meses siguientes, figuras públicas, como el candidato presidencial Fernando Villavicencio, alcaldes y funcionarios públicos, fueron asesinados, agravando aún más la inestabilidad del país.

Económicamente, Ecuador también enfrenta serios desafíos. El Fondo Monetario Internacional (FMI) proyecta que para 2024 nuestro país tendrá el crecimiento más bajo de América Latina, con un aumento del PIB de apenas 0.1%. A esta situación se suma una grave crisis energética caracterizada por cortes de electricidad que han generado pérdidas económicas significativas, exacerbando aún más las dificultades ya existentes. 

En el contexto actual de Ecuador, la educación debe ser vista no solo como una prioridad, sino como una herramienta vital para salvar a una generación que está siendo consumida por la violencia y la desesperanza. En distritos como Durán, uno de los más violentos del mundo, cerca del 30% de los jóvenes abandona la escuela secundaria, convirtiéndose en blanco fácil para el crimen organizado. Además, los resultados educativos son alarmantes: la evaluación nacional Ser Estudiante reveló que 8 de cada 10 graduados de secundaria no comprenden un texto básico.

Nos encontramos ante una tormenta perfecta: la violencia que afecta la vida cotidiana de los estudiantes, el abandono escolar, un sistema educativo que no responde a las necesidades del siglo XXI, y una generación que no vislumbra un futuro en su propio país. Recientemente, durante una visita a una escuela, pregunté a un grupo de estudiantes: "¿Quién cree que tiene un futuro en Ecuador?" El silencio fue la única respuesta, un eco devastador de la desesperanza que enfrenta nuestra juventud, pero es solo la punta del iceberg.

La historia de Juan, un estudiante de Guayas, refleja con claridad la realidad que viven muchos jóvenes en Ecuador. Durante una reunión virtual organizada por Enseña Ecuador, en la que participaron estudiantes, maestros, y egresados (alumni) para abordar el impacto de la ola de violencia, Juan relató cómo en una visita familiar, fue testigo de cómo balas perdidas acribillaron una casa equivocada. Este tipo de tragedia ilustra el trauma cotidiano que enfrentan nuestros estudiantes y cómo actividades tan simples como visitar a la familia se han vuelto peligrosas. Esto nos recuerda el profundo impacto que el crimen tiene en nuestras comunidades y la urgencia de actuar, pero la pregunta sigue siendo: ¿Estamos dispuestos a enfrentar colectivamente esta amenaza que pone en riesgo nuestra paz, nuestra libertad y nuestro futuro?

Hablar de educación como una solución no es algo nuevo, pero hasta ahora ha sido un recurso profundamente subutilizado. Lograr una educación de calidad requiere mucho más que reformas rápidas y superficiales, mejoras en la infraestructura escolar o becas estudiantiles, inversiones que si bien es cierto son buenas y que a menudo son promovidas por los gobiernos, pero estas por sí solas no logran generar un cambio duradero. La educación es un sistema vivo que depende del liderazgo transformador en las aulas. Podemos ver cada aula como una representación a pequeña escala de nuestro país, y a los maestros como líderes con tanto poder como los líderes nacionales para moldear las experiencias de sus estudiantes, influir en sus valores y guiarlos hacia convertirse en ciudadanos de impacto.

Un proyecto nacional

La transformación de la educación podría ser el punto de inflexión que necesitamos para superar la crisis en Ecuador. Esta tarea no es sencilla y exige una estrategia amplia y coordinada, que involucre a líderes de diversos sectores comprometidos con el futuro de nuestras generaciones. Este es un compromiso que va más allá de los intereses individuales o partidistas; es un proyecto de nación que requiere una acción colectiva sostenida a lo largo de los años. Solo así garantizaremos nuestra libertad y podremos superar las crisis que nos asolan.

Además, la educación no solo se trata de impartir conocimientos, sino que es el motor que puede reconstruir el tejido social. No ocurre únicamente dentro de las aulas, sino que es el fundamento de un proceso genuino de paz, basado en el diálogo, la cooperación y la resolución conjunta de problemas. Sin educación, la paz es solo una ilusión. Solo a través de una re-imaginación colectiva de lo que es la educación, e implementándola en políticas y prácticas, podremos forjar una sociedad que promueva el entendimiento mutuo que tanto necesitamos.

Un llamado a la esperanza

Construir un futuro más justo y próspero —un futuro en el que estudiantes como Juan puedan vivir sin miedo y sin trauma— no puede depender de esfuerzos aislados. La educación, como motor de cambio, ya no puede verse como un ideal lejano o como una tarea exclusiva de unos pocos. Es un llamado urgente a la acción. Desde cualquier ámbito —ya sea en las aulas, en la política, en los negocios o en la sociedad civil— todos cumplimos un rol fundamental. Si el crimen organizado ha creado estructuras para perpetuar su poder, nosotros, quienes luchamos por un cambio, tenemos la responsabilidad de crear estructuras que no solo garanticen desarrollo y paz, sino que también impulsen una transformación sistémica y sostenible a largo plazo.

Si queremos un Ecuador donde nuestros jóvenes levanten la mano con esperanza y confianza en su futuro, debemos comprometernos a ser parte activa de esta transformación. En un mundo lleno de tensiones geopolíticas y conflictos prolongados, nunca ha habido un momento más propicio para invertir en el liderazgo de estudiantes y maestros, quienes juntos pueden cultivar una cultura de paz.